Gabriel Jesús ejemplo de superación
Gabriel Jesús narra para “The Players Tribune”
una historia impresionante, historia de superación que son más parecidos a los
filmes norteamericanos. La nota repasa su vida, el futbol en la favela y cuenta
la historia cuando le quisieron romprr las piernas en un campeonato de barrio y
narra además del por que su festejo con el teléfono.
Cada vez que
hago un gol para Manchester City, mi madre me llama. Tan pronto como la pelota
toca la red, el teléfono suena.
No importa si
ella está en casa, en Brasil o si está en el estadio mirándome. Me llama cada
vez. Así que corro hasta el banderín del corner, pongo mi mano en la oreja y
digo "Hola, mamá".
Cuando llegué al
City, la gente pensaba que era muy gracioso y me preguntaban una y otra vez qué
significaba.
Hay una
respuesta rápida que es que amo a mi mamá y que siempre me está llamando.
Y hay una
respuesta más larga, que empieza cuando era un niño con un sueño. En Brasil,
hay millones de niños con sueños. Pero yo tuve suerte, porque conocí algunos
superhéroes.
No, no se rían. Se
los voy a demostrar.
Crecí en un
vecindario llamado Peri Jardim en el norte de San Pablo, y para mucha gente
allí, la vida es una verdadera lucha. Yo tuve suerte, porque mi madre trabajó
extremadamente duro y nuestra familia siempre tuvo para comer. Pero muchos de
los chicos con los que crecí la tuvieron más difícil. A veces algunos de ellos
tenían una sola comida real al día, y esa comida era la que nos daban en la
cancha. Para ser honesto, muchos de ellos ni siquiera venían a jugar. Venían
simplemente para pasar el rato y por el sandwich y la bebida gratis que nos
daban. Era siempre pan blanco y mortadela, con una lata de gaseosa.
A veces, nos
daban nada más la lata de gaseosa. Y ellos tenían que pasar el día con eso.
Para mí, todos
mis sueños, todo lo que tengo ahora, empieza con el club Pequeninos. Significa
chiquititos. Y era de hecho mucho más que un club de fútbol. No piensen en
playas, palmeras y todo eso. Eso no es Peri. Nuestro campo estaba a la salida
de una prisión militar. La cancha no era más que mugre, no había pasto y estaba
rodeada por unos árboles grandes de pino. La única gente que jugó allí además
de los chicos fueron los policías de la prisión.
Cuando tenía
nueve años, fui hasta allí con mi amigo Fabinho para ver si podíamos jugar para
el equipo. Cruzamos todo el bosque con nuestros botines bajo el brazo. Y
entonces, conocimos al tipo que cambio nuestras vidas: José Francisco Mamede.
Era el entrenador del equipo más joven y dijo: "Seguro, pueden jugar el
próximo partido".
No había papeles
que firmar, nada. Porque el club no estaba tratando de convertir a los chicos
en ganancia: se trataba de mostrarles algo positivo. Dándoles algo de comer.
Maneteniéndolos fuera de las calles. Pequeninosno es un club grande, así que
probablemente nunca escuchaste acerca de ellos. Pero, debo decir, allí se hacen
milagros.
A veces, los
chicos viajaban en colectivo durante una hora sólo para venir por el almuerzo y
la canasta básica: las pequeñas cajas de comida de caridad que les daban para
que lleven a sus familias. Tenían arroz porotos y pan: las cosas que se
necesitan para superar el mes.
Era gracioso: el
entrenador Mamede tenía un viejo Volkswagen Beetle blanco -debe haber sido de
los 70- y llevaba a todos los chicos en él y nosotros éramos tan pequeños que
podíamos entrar 9 o 10 en el auto con botines, pelotas, las cajas de comida
caritativa y todo lo demás. Lo que ese club
hace por esos chicos….es increíble.
En Brasil,
tenemos un nombre para la gente como Mamede: Heróis sem capas. (Héroes sin capa). Eso es lo que
era para muchos chicos, Mamede y los otros entrenadores nos daban una
oportunidad en la vida. Para mí, el
fútbol era todo. El amor de la pelota era todo. Pequeninosentrenaba sólo una
vez a la semana así que, si no estaba allí, estaba jugando en las calles de
Peri. A veces, me quedaba ahí afuera pateando con mis amigos hasta la
medianoche y luego, algo más tarde, nos quedaríamos en las calles hablando de
chicas y riéndonos unos de los otros hasta las dos de la mañana.
En casa, no
había mucho para hacer. Mi padre dejó la familia tan pronto como nací, así que
mi madre trabajaba todos los día para proveernos a mí y a mi hermanos.
Trabajaba en limpieza de casas en la ciudad y, cuando venía a casa al final del
día, compartía una cama conmigo y uno de mis hermanos.
Algunos chicos
tenían videojuegos. Yo tenía la pelota y mi imaginación. Y fue bueno, porque
tuve una verdadera infancia ahí afuera. Teníamos estos enormes campeonatos de
fútbol donde cada calle tenía un equipo, y el trofeo era una lata de gaseosa.
Era una guerra por esa lata de gaseosa. Eso era todo lo que te llevabas.
Honestamente, esa lata de gaseosa valía más para nosotros que la Copa
Libertadores.
Sí ganabas el
título, estabas pasando la lata entre tus compañeros y era mejor que ninguna
otra cosa que hayas probado. Todos tomaban su sorbo y pasaban la lata. La Copa
Lata de Gaseosa, es 10 veces mejor que el champagne. 10 veces mejor.
Cuando tenía 13
años, pasó algo que me marcó realmente. Nuestro club, Pequeninos, entró en un
gran torneo de San Pablo. Y éramos buenos . Hubo partido en las rondas
preliminares en los que le ganamos a estos clubes más grandes por 12 o 13
goles. Pero entonces llegamos a la final, y tuvimos que jugar contra Portuguesa
de Desportos, que es legalmente un club profesional. El único motivo por el
cual ellos jugaban el torneo era para poder buscar talento entre los chicos de
los equipos más pequeños.
Era como en las
películas: somos este pequeño club que juega afuera de la cárcel y ellos son el
club grande con camiseta propia y todo. Pero mis amigos y yo estábamos pensando
"no pasa nada, hermano, vamos a ganar. Es nuestro". Entonces llegó la
tormenta. Esa noche llovió tan fuerte que cuando nos levantamos a la mañana
siguiente estaban hablando de cancelar el partido.
Cuando comenzó
el partido, toda la cancha era barro. Una locura. Empezamos a correr y nos
caímos en el campo. Ninguno de nuestros chicos podía mantenerse en pie. Pero de
alguna forma los jugadores de Portuguesa estaban bien. Se mantenían parados.
Tenían tapones
de metal real. De esos que enroscás al botín cuando llueve.
Nuestros botines
eran de los baratos con taponcitos de plástico. Y estaban todos gastados.
Recuerdo haber
pensado en ese momento…carajo. Esto es la vida.
Continuamos
dejando la vida para ganar, pero perdimos 4-2. Nunca voy a olvidar el momento
en el que miraba a Portuguesa festejar con el trofeo. El fútbol es como
cualquier otra cosa en la vida. No es justo. Así que hay que buscar la forma
incluso cuando no es justo.
Fue la lección
perfecta en el momento perfecto, porque los años siguientes en mi vida fueron
muy difíciles. En Brasil, si soñás con ser futbolista profesional, generalmente
ya estás en las inferiores de algún club cuando tenés 12 o 13 años. Peor por
alguna razón eso no estaba funcionando para mí. Me probé en San Pablo FC y les
gusté, pero me dijeron que no podía ofrecerme una cama en la pensión de
inferiores. Y el club estaba muy lejos de mi casa, así que si tenía que viajar
en colectivo todos los días, debía dejar el colegio y mi mamá….jajajaja. Mi
mamá definitivamente no iba a aceptar eso. Para ella, el colegio era todo.
Le debo todo a
mi mamá en ese período. Porque un montón de chicos en Brasil, cuando son de
origen humilde, deben empezar a trabajar para ayudar a la familia. No pueden
hacer fútbol, escuela y trabajo. Así que el sueño se muere en ese punto.
Pero mi mamá
creía en mí. Por la razón que fuese, creía en mí. Y me decía que continúe, no
importa lo que tuviese que hacer.
Así que, a los
13 años, empecé a jugar con hombres grande en el Várzea. Ok, todos en San Pablo
saben de qué estoy hablando (y posiblemente se estén riendo) pero, para el
resto, les explico…
El Vàrzea es una
especie de basketball de la calle en Estados Unidos, o como las ligas semi
profesionales de fútbol en Europa. Las canchas son pura mugre, y tenés que
jugar contra los marmanjo: los hombres duros. Es conocido por ser
extremadamente físico. Pasaban un montón de cosas desagradables en el campo de
juego.
Nunca olvidaré
un momento: Estábamos jugando un partido muy importante contra un equipo
grande. Ellos siempre tenían uno de los mejores equipos en el Várzea, pero
habían estado afuera de la liga por motivos en los que no me quiero meter. Quizás
haya niños leyendo.
Este era su
primer año de regreso en la liga, y estaban jugando contra nosotros un partido
por la calificación a un torneo importante. Me acuerdo que todos sus jugadores
me estaban mirando antes del partido tipo "¿Quién es este pendejito?"
"¿En serio va a jugar?". Era en serio.
A los cuatro
minutos de partido, gambeteé al mejor defensor de ellos e hice el gol y
recuerdo que todos me miraron como diciendo: "Ok, nene. Vamos a hacer que
tu vida sea un infierno".
Así que
empezaron a pegarme cada vez que tocaba la pelota. Se pusieron como locos, de
hecho estaban intentando lastimarme realmente. Tenían un mediocampista petiso
que era conocido por ser un matón, y el me decía una y otra vez: "Te voy a
romper las piernas si me volvés a gambetear.
Así que agarré
la pelota y lo volví a gambetear. Fue como en la NBA, cuando dicen que le
rompieron los tobillos a un jugador. Lo hice caerse de culo.
Ahora me miraban
como si fuesen a matarme genuinamente.
Pero…¿qué les
puedo decir? Cuando tengo la pelota en los pies, estoy en un mundo distinto. Así
que agarré la bola e hice un pase sin mirar a un compañero, que metió el gol.
El público se
volvió loco.
El partido
terminó 2-2, y lo ganamos en penales. Ellos estaban tan enojados que cuando
sonó el silbato, el matón mi miró y me dijo: "Te dije que te iba a romper
las piernas nene. Te veré en el estacionamiento".
Me lo dijo en
serio, fue muy intenso. Recuerdo que pensé wow, puede que no salga de acá.
Afortunadamente, mis compañeros me protegieron, me rodearon para salir y pude
atravesar el estacionamiento sin problemas. Y llegué a casa sano y salvo.
Pero ese no es
el final de la historia. En la Navidad de 2016, fui a casa a ver a mi familia y
tuve que pasar por el banco a hacer unos trámites. Así que dejo mi auto en el
estacionamiento y el tipo que daba los tickets en la cabina…
Este tipo me es
familiar.
Y él me está
mirando cómo si me conociera.
Me da el ticket.
Pero me sigue
mirando.
Entonces me
dice: "Hey nene"
Y yo me doy
vuelta tipo "Eh"
Y me dice:
"Te acordás de mi? En el Várzea hermano, te iba a romper las
piernas".
Yo estoy tipo:
"Oh Dios. Yo no sabía lo que el tipo iba a hacer".
Entonces me
dice: "Realmente te iba a romper las piernas. ¿Lo podés creer?".
Yo estaba
tratando de mostrarme tranquilo y le dije: "No hermano, no lo ibas a
hacer. Sé que estabas
bromeando".
Y el me dice:
"No hermano. No. Realmente te iba a romper las piernas. Y ahora jugás para
mi equipo favorito. Te amo hermano, lo podés creer. Te imaginás si te hubiese
roto las piernas".
Nos reímos y me
saqué una foto con él.
En Brasil tenemos
una expresión y creo que es el único modo para describir lo que me pasó. Mi
vida se transformó de agua a vino. Hace cinco años, estaba jugando en el Várzea
tratando de sobrevivir, tratando de llegar a un club grande en Brasil. He
jugado con muchos grandes jugadores que ahora manejan colectivos o trabajan en
el supermercado o en la construcción. Y no es porque no hayan tenido talento.
Es por la falta de oportunidad. Algunas personas necesitan trabajar para hacer
algo de dinero. No puede ponerse a perseguir sus sueños.
Y si yo no
hubiese tenido el apoyo de mi madre. Posiblemente estaría haciendo lo mismo que
ellos ahora.
Pero en cambio,
tuve la oportunidad de probarme en Palmeiras cuando tenía 15 años y todo
despegó desde ese momento. No lo puedo explicar. Se siente cómo si fuese el
destino, de alguna forma. Dios escribió todo perfectamente. Quedé en el equipo
más joven y pude firmar mi primer contrato. Desde ahí, fue todo como un cohete,
llegué a Primera, me fue muy bien, y me citaron a la Selección de Brasil para
los Juegos Olímpicos de Rio 2016.
Cuando recibí
ese llamado, fue una emoción abrumadora. Para que
entiendan lo que significó ese momento para mí: dos años atrás, estaba en las
calles de Peri pintando los cordones de las calles de amarillo y verde para la
Copa del Mundo de 2014. Los chicos del vecindario que dibujaban bien, se
encargaban de los pintar murales en las paredes con las caras de los jugadores
de la Selección como David Luiz o Neymar.
Dos años
después, estaba en los Juegos Olímpicos con Neymar. Puedo recordar la sensación
de ponerme la camiseta amarilla de la Selección por primera vez. Fue el sentimiento de conquistar tus sueños.
Ese torneo en
2016 fue especial para los brasileños, porque el Oro olímpico era el único
trofeo que El país del fútbol nunca había ganado. Recuerdo que el torneo era
una mochila muy pesada y no simplemente porque era en Rio, sino por lo que
había pasado en la última Copa del Mundo.
No jugamos bien
los primeros dos partidos y la crítica era realmente intensa, especialmente
sobre Neymar. Admiro muchísimo a Neymar por la forma en la que manejó todo y
cómo lideró nuestro equipo.
Antes de aquel
torneo, yo era solamente un fan de Neymar, como todos los demás.
Es un futbolista
increíble, que todo el mundo conoce. Pero llegar a conocerlo realmente en lo
que duró el torneo fue muy especial, por la clase de persona que es. La forma
en la que trata a los demás me sorprendió muchísimo porque, incluso en el corto
tiempo que he vivido en el fútbol, he visto muchos que no son ni siquiera
jugadores increíbles, que no han ganado nada, ser unos mascarados. Esto quiere
decir una persona que usa una máscara. Que son de una manera en público y de
otra en el vestuario. Pero Neymar trata a todo el mundo como si fuese su
hermano. Él fue una de las grandes razones por las que fuimos capaces de
unirnos, ignorar la presión y jugar para el de al lado.
Cuando ganamos
la medalla dorada, fue un momento increíble para nosotros y para el país. Antes
del torneo, Neymar se hizo un tatuaje y me inspiró a hacerme uno parecido,
porque realmente el dibujo lo dice todo: es un niño, mirando desde la base de
una colina hacia las favelas. Tiene una pelota debajo del brazo y sueña.
Ese no sólo soy
yo, y no sólo es Neymar. Son muchísimos brasileños. Y eso fue los que ganar la
medalla de oro significó para nosotros.
Quiero hacer
todo para poder estar en la Copa del Mundo de 2018, por supuesto. Pero Brasil es
Brasil. Hay muchísima competencia y nada es seguro. Ese fue un gran motivo por
el que decidí venir a Mancester City. Sé que necesito seguir creciendo como jugador.
Les cuento, acá
es muy diferente a Brasil. No ves demasiado el sol. Tuve un par de ofertas de
otros clubes, en países más cálidos pero, para mí, la decisión de venir a
Manchester City se debe a la posibilidad de ser dirigido por Pep Guardiola.
Esta es mi
primera vez en un país frío y en el que no hablo el idioma. Es un desafío
hacerse entender, y puede ser solitario en ese sentido. De todas formas, Mr
Guardiola, me llamó cuando estaba decidiendo dónde firmar, me dijo que contaba
conmigo y que sería muy importante en el futuro del City.
Ese llamado fue
muy importante para mí porque me demostró que realmente le importa mi futuro.
Cuando tenés las charlas suficientes con alguien, te das cuenta si está siendo
sincero con vos. Y puedo decir que Guardiola es sincero. Y, en el fútbol, eso
significa mucho.
Cuando me dijo
esto, no lo pensé dos veces. Mi decisión estaba tomada. Era el City.
Pero antes de
volar a Manchester, tenía que hacer una última cosa. Tenía que cerrar un
capítulo en mi vida.
Así que volví a
la cancha donde jugué con Pequeninos, con botines debajo del brazo, igual que a
los nueve años. Sólo que esta vez, tenía 250 pares de botines realmente buenos
para los niños.
Ahora, cuando
alguno de los clubes grandes se enfrente a Pequeninos en una cancha embarrada,
que tengan cuidado. No hay excusas. No voy a mentir, la primera vez que vine a
Manchester, me sentía perdido en todo. Mi madre se mantenía yendo y viniendo
entre Brasil e Inglaterra, y fue extremadamente duro estar lejos de ella.
Porque ella es todo para mí. Fue madre y padre a la vez, mientras yo crecía.
Recuerdo que
cuando jugaba para Pequeninos, veía a algunos chicos con sus padres después del
partido, y yo estaba solo. Eso fue duro para mí. Pero ahora cuando alguien
pregunta por mi padre, digo que mi madre es mi padre. Ella lo hizo todo por mí
y por mis hermanos.
Es una heroína
sin capa.
Así que ahora,
cuando hago un gol, incluso cuando ella no está en el estadio, levanto el
teléfono y le hablo. Cuando éramos
chicos, mi madre me estaba llamando todo el tiempo para saber dónde estaba y si
no atendía, empezaba a llamar a mis amigos.
"Hola,
mamá"
Cuando levanto
el teléfono, es en honor a mi mamá y su lucha. Pero también es en honor a mis
amigos, mi familia, al entrenador Mamede y a todos los que, en Brasil, me
ayudaron a legar hasta acá.
Yo siempre fui
un soñador. Pero, incluso en mis mejores sueños, no pensé que estaba viviendo
lo que estoy viviendo hoy. Sé que hay muchos chicos que estará pintando las
calles para el Mundial este verano. Quizás no juegan para un club grande.
Quizás les están diciendo que no pueden lograrlo. Yo les diría que
no dejen de pelear.
Cuatro años
antes de caminar por el túnel de Etihad, estaba jugando en el Várzea y me
estaban diciendo que me iban a romper las piernas en el estacionamiento.
De verdad, tu
vida puede ser sandwichs de mortadela y una lata de geaseosa en este momento.
Pero si seguís persiguiendo tus sueños…. ¿Quién sabe qué puede pasar?
El agua puede
convertirse en vino.
Así que, a todos
esos chicos: si llegaste hasta el final de esta historia, tengo un último
mensaje para vos, y esto te lo digo de verdad:
Nunca dejes de
soñar.
Ah, y hacé una
cosa más por mí. ¿Ok?
Llamá a tu mamá,
ella te extraña.
The Players
Tribune
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